En los días de verano, cuando el Sol calcina las tierras amarillentas, secas por la falta de agua, la cigarra, escondida entre los olivos entona su inacabable crí-crí; un canto de placer, según algunos, porque la cigarra no pasa sed. Tiene una especie de aguijón chupador, capaz de taladrar la corteza de los árboles y hacer un pocillo para sorber la savia. Los demás insectos, incluida la hormiga, acuden por centenares a estos pocilos dulces para aliviar la terrible sed del estío. Un enjambre de bocas ávidas de una gota de líquido se forma alrededor de la cigarra, y ésta se ve obligada a cambiar constantemente de olivo en busca de savia y de un poco de tranquilidad para su canto.
La fábula La cigarra y la hormiga falsea totalmente la vida laboriosa de la cigarra. Nos la presenta al borde de los caminos, con su guitarra bajo el brazo, ociosa y despreocupada del porvenir, un porvenir triste, ya que según la fábula, cuando llegan los días crudos del invierno, la cigarra tiene que mendigar un poco de trigo a la hormiga. No sabía el autor de la fábula que la cigarra muere con los primeros fríos después de haber dejado enterrados en lugar seguro los huevecillos que asegurarán su descendencia.
En general, las fábulas no sólo falsean la realidad, sino que encierran enseñanzas de dudosa moral. Las moralejas son una manera de disfrazar el engaño bajo un adjetivo elogioso. Así, al que ha robado le llaman astuto, al que ha hecho daño a alguien le dicen hábil y encima llaman necio al despojado por dejarse engañar.
En la actualidad, la fábula como género literario cuenta con muy pocos autores que la cultiven, aunque numerosas cuentos y películas de dibujos animados se hacen en sus episodios.
El origen de la fábula se encuentra en Grecia, y Esopo, que debió vivir hacia el siglo IV antes de nuestra Era, es el indiscutible creador del género. Son muy pocas las fábulas que se han creado después de él, casi todas son traducciones. La Fontaine, fabulista francés del siglo XVII, fue acusado de plagio y reconoció sinceramente en el comienzo de uno de sus libros:
"Esopo es el único maestro; imitarle no es una servidumbre."
Sin embargo, a pesar de esta imitación, las fábulas francesas de este siglo son bien distintas de las griegas. Esopo era un esclavo, libertado más tarde por su sabiduría, y por eso sus fábulas son una protesta contra los poderosos, una advertencia a los tiranos: el débil puede vencer al fuerte, la astucia y el ingenio valen más que la fuerza, la tortuga llega a la meta antes que la liebre, el ratón se burla de la fuerza del gato; es, en suma, el esclavo que se rebela contra los amos y su tiránico proceder.
Cuando en el siglo XVII vuelven a ponerse de moda en Francia las fábulas, ya no representan la protesta de unos esclavos, sino el pasatiempo de una ociosa sociedad que escuchaba complacida estos relatos donde ls personas, odiadas o admiradas, están representadas por los animales y las cómicas costumbres que los autores les obligan a realizar.
En España, un siglo más tarde, floreció también este género y alcanzó una gran influencia debido al amplio eco que tuvieron las disputas entre los fabulistas. Tomás de Iriarte, que había nacido en Tenerife, publicó en 1782 las Fábulas literarias, libro que le enemistó con la mayoría de los escritores, ya que era una dura crítica contra la literatura de su época. El burro, tradicionalmente torpe, encarnaba al escritor no muy lúcido en sus obras; la zorra, astuta, que nunca va derecha a sus victimas, simboliza al literato confuso y conceptuosa que da muchos rodeos antes de decir las cosas claramente.
Felix María de Samaniego fue el más vituperado en estas fábulas y se apresuró a contestar a los insultos de Iriarte. Los dos tenían buenas dotes para versificar y sus fabulillas se hicieron pronto muy populares; tanto que, aún hoy día, están presentes en el ánimo de muchas persona.
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